sábado, 7 de marzo de 2020




Despedida




Calla y sujeta con fuerza
ligeramente calienta sus manos,
tiene el gesto en sus manos del encogimiento
y la pérdida
suspira de vez en cuando
para oxigenarse
y marcar los tiempos

Abraza un recuerdo
que la sostiene
lo guarda
con ligereza, con la punta de sus dedos
como a punto de soltarlo
ese trozo de memoria
desvaneciéndose
olvidándose

Las huellas en la carne viva,
sin vigor, ni fuerza
los latidos tibios


jueves, 5 de febrero de 2015

Feminismo, revisión

I. Introducción

Uno de los problemas al que se enfrentan las estrategias políticas de “género” es situar un sujeto único identitario que sirva como fundamento para definir e iniciar la propia estrategia. Esto es, conformar discursivamente el “sujeto” cuyos intereses políticos puedan justificar la acción en distintos niveles. En las teorías feministas, en el activismo y en las políticas positivas regulativas este sujeto son las “mujeres”. Conceptualizar este “mujer”, en su sentido político, conlleva conformar una totalidad imprecisa y compleja que en su propio definirse es excluyente y desintegradora, lo que imposibilita la propia posibilidad de la totalidad. Se procura solventar esta dificultad adjetivando el sujeto-sustancia con sus particularidades específicas y variables: color, clase, nacionalidad, sexualidad, etc. La categoría queda de forma estructural definida en dos momentos transicionales: en su primer momento sería el yo, natural y pre-político y, en el segundo, su intersección cultural, construida y política. Por tanto, el primer momento se tomaría como algo natural, consustancial y primero a todas las “mujeres”, y sería entonces el segundo momento el que nos permitiría disgregar la totalidad en su diversidad efectiva. La lógica de los dos momentos permitiría establecer una totalidad heterogénea que apela a un yo primero común para situar un “nosotras” en el que reconocernos y, a partir de este punto, definir unos intereses políticos concretos. Esta estrategia de aglutinación presenta el problema de la diversidad en la totalidad y las violencias que ésto conlleva, pero es útil en la práctica como categoría desde la que accionar dispositivos emancipatorios. En este sentido, Monique Wittig (1935-2003) escritora francesa feminista, decía «las lesbianas no somos mujeres», «mujer» es la categoría desde la que se lucha (Wittig, 1989). ¿Por qué las lesbianas son un elemento tan poderosamente desintegrador para las mujeres como totalidad? ¿Será que lo lesbiano cuestiona el primer momentum -natural y prepolítico- apelando a los cuerpos múltiples e híbridos, confrontando lo femenino intrínseco y su necesidad y desocultando los mecanismos socio-culturales que están conformando y preparando para el acoplamiento de unos cuerpos obligatoriamente heterosexuales?

El concepto “mujer” conlleva diversas significaciones -constructos- que se dan en ambos momentos. El “género” -lo femenino- es lo contingente construido que aparece en el plano de lo político. Es lo que constituye el frente en el que se sitúan y sobre lo que pretenden actuar la mayoría de las “políticas de género” identitarias, porque se interpreta como algo variable y relativo. Y el “sexo”, el “cuerpo” y la “sexualidad” se naturalizan, interpretando como fáctico lo que, sin embargo, también se construye en un plano cultural situado y concreto. Es la naturalización del cuerpo, entendido como algo dado, como sustancia, lo que no se cuestiona. Lo que permite la persistencia del estatuto de lo dado, la creencia en la binaridad de los cuerpos y el discurso dominante sobre su complementariedad natural y la jerarquía sexual pasivo/activo. El cuerpo está también modelado y dispuesto para su feliz acoplamiento con artefactos culturales diversos, otros múltiples cuerpos, medios de producción-explotación de las posibilidades de lo corpóreo. ¿En qué medida el cuerpo monstruoso, enfermo o patologizado contribuye al re-conocimiento de los dispositivos de control y formación de los cuerpos en masa? ¿En qué medida descubren que el cuerpo sano y sus momentos naturales son una utopía política? ¿Es esta utopía el anhelo de lo que el tardocapitalismo niega al cuerpo? ¿Se trata de la declaración y demostración flagrante de cómo el poder y el sistema de producción pervierten y deforman los cuerpos para acoplarlos con los objetos disponibles de consumo?

Las políticas “de género” aceptan de base lo que pretenden combatir: la sustancialización. Por una parte, aceptando la categoría “mujer” como totalizador de una serie de circunstancias heterogéneas que rozan la incompatibilidad y, por otra parte, naturalizando y eternizando los conceptos de “cuerpo” y “deseo”. Esta doble concesión conlleva aceptar la lógica de la complementariedad de los cuerpos y la jerarquía natural. Desde esta lógica lo femenino aparece como algo pasivo y receptivo, algo silente que espera ser significado, intercambiado o valorado, y siempre relativo a lo masculino, ya sea en una relación de subordinación, de anulación de lo femenino (lo femenino es una negación de lo masculino) o universalización lo masculino (lo femenino es el único género que necesita definirse como otredad). La «mujer» como sujeto político, además, limita las posibilidades, el calado y alcance de la propia acción política entendida como un proceso emancipatorio radical. Sin embargo, la posibilidad de separar la categoría política «mujer» de los cuerpos nos abre un nuevo horizonte que nos permite jugar con una serie de elementos y, por poner un ejemplo, interpretar como cuerpos-macho han sido feminizados o considerados afeminados, con una intención política precisa: no reconocerlos como plenos. Desempoderarlos. ¿Es el cuerpo-pleno masculino, el hombre entero una utopía? ¿Es la feminización del cuerpo -sea hembra, macho o intersex- un mecanismo de debilitamiento político? ¿Con qué fin se ponen en marcha estos dispositivos de control y modulación de los cuerpos?

La flexibilidad de la monogamia y la generalización de la incorporación de la mujer al mercado laboral son las consecuencias paradójicas de una lógica que perdura inalterable en las raíces de las sociedades patrilineales. Son las estructuras de parentesco y las necesidades del sistema productivo-reproductivo las que, permaneciendo en su esencia, han permitido esta aparente “emancipación” de los cuerpos sociales. Comprender esta situación nos debería mover a reinterpretar los logros reales del feminismo en el marco de las sociedades capitalistas y la necesidad de continuar rompiendo con una sistemática violencia que se da en todos los niveles y espacios. ¿Se puede entender esta relajación en cuanto a la economía de los cuerpos femeninos más un síntoma que un logro? ¿Son una consecuencia de sociedades del bienestar y su promesa de lo posible mejor como horizonte a condición del adormecimiento general sistemático?

El presente trabajo pretende indagar en las estructuras socio-económicas y estrategias que conforman la división tradicional de sexos y en sus representaciones. Para analizar los diferentes fenómenos he tomado en consideración diferentes obras y artículos de Pierre Bourdieu, con especial consideración sobre los conceptos de naturalización y eternización, para entender como el cuerpo femenino es perfilado y moldeado desde la propia familia de origen y desde las instituciones en la sociedades burocráticas -ya bien sea la médica o la educativa- para que se acople con total «naturalidad» dentro de un paisaje concreto: el de la familia y al mercado laboral, mediante estrategias de repetición del orden social y mediante la adquisición de disposiciones orientadas al género. Este moldeamiento no es algo único del cuerpo femenino, es general a todos los cuerpos, pero que en las mujeres actúa de una determinada manera, debilitándolas políticamente y apartándolas de los medios de empoderamiento social. También han sido de especial referencia diferentes textos de Judith Butler para indagar en los conceptos esenciales que están funcionando en cualquier teoría feminista o queer, y que nos ayudan en la comprensión de la madeja institucional médica y escolar con la que nos conforman, modelan y orientan. También su hincapié en los modos de ser y darse de los cuerpos que evidencian las fisuras y contradicciones de las políticas del cuerpo, ofreciendo un hilo desde el que empezar a perfilar acciones subversivas posibles.

No tener «la vida dañada», en términos de Adorno, no es posible. Lo entero, completo o auténtico tampoco. Somos lo que queda de todo eso y sólo nos queda reivindicar la vida propia. De este modo, el cuerpo orientado para el acoplamiento, con unas disposiciones adquiridas o aprendidas, será entendido como un lugar no dado de antemano, en proceso de cumplimiento de sus propias posibilidades y desbordamiento de sus límites, que ofrecerá la mejor resistencia posible desde y hacia los mecanismos y sistemas de relación que nos ofrece el repertorio de lo posible.



II. Llegar a ser mujer: lo femenino como horizonte utópico


Masculino/femenino, hembra/macho, son categorías que sirven para disimular el hecho de que las diferencias sociales implican siempre un orden económico, político e ideológico” Monique Wittig- El pensamiento heterosexual (Wittig 1982: 22)


La naturalización de la diferencia de sexos encubre una diferenciación de otro calado. La binaridad de los sexos es parte de una ideología que justifica la diferenciación social y económica entre los sexos. Es la opresión la que define el sexo, no es la necesidad de los sexos biológicos lo que justifican una relación de dominación efectiva en el plano social. No hay una diferenciación natural por la que se explique esta relación, esta diferencia se da en el plano político. Para Monique Wittig, que «mujer» sea la única categoría con la que se nos identifica demuestra la total masculinización de la sociedad como conjunto. Se permite cierto espacio en lo público como productoras de algún género (“hecho por mujeres)” o también como consumidoras (“para mujeres”). Este es el campo que les queda como creadoras o productoras de algún tipo, pero sobre todo a lo que se las relega es a la obligación -vamos a matizar en qué consiste esta obligación, porque es una obligación en ocasiones «deseada»- de la reproducción de la especie. Es decir, a lo femenino se le atribuye como algo natural, intrínseco y exclusivo la reproducción y el cuidado.


Las bases histórico-biológicas de esta opresión se fundamentan sobre la posibilidad de parir como la única diferencia sexual constitutiva de la diferencia de sexos y el origen matriarcal de las sociedades. En esta línea encontramos también la creencia de que la violencia es una cosa constitutiva, particular e inevitable de los hombres, desde el hombre cazador primitivo hasta las hormonas consideradas propiamente masculinas, y que esta disposición naturalizada, intrínseca y exclusiva de los masculino, es lo que explica una relación de dominación necesaria (por sus condiciones socio-históricas) y efectiva (por su alcance y actualidad). La naturalización sea del tipo que sea siempre nos va a llevar a justificar el estado de cosas actual y a ver las opresiones, no como opresiones sino como algo natural -dentro de la lógica del desarrollo histórico- que se ha dado y se dará dadas unas circunstancias, orden modal o mundo. Bordieu llama en La dominación masculina a la repetición del orden social proceso de eternización. Ese ímpetu de continuación y repetición de lo mismo, de las estructuras perceptivas, del valor simbólico, de los flujos de capital. Este borrar las huellas de lo constituido por la fuerza y recontarlo para entenderlo como necesario, como proceso histórico, como consecuencia de lo real.

Y siempre he visto en la dominación masculina, y en la manera como se ha impuesto y soportado, el mejor ejemplo de aquella sumisión paradójica, consecuencia de lo que llamo la violencia simbólica , violencia amortiguada, insensible, e invisible para sus propias víctimas, que se ejercer esencialmente a través de los caminos simbólicos de la comunicación y el conocimiento o , más exactamente, del desconocimiento, del reconocimiento o , en último término, del sentimiento” (Bourdieu, 2000)

Esta apelación al núcleo duro de lo que es, de lo natural, nos impide actuar en el primer momentum, del que hablábamos en la introducción. Hay que tener en cuenta que el el mito de la mujer omnipresente en nuestras sociedades tardocapitalistas no es inocuo, no es un mero relato, no son ficciones, es una realidad que se encarnada en los cuerpos humanos, en multitud de fenómenos y objetos y que está funcionando en la producción de cuerpos de acuerdo con los valores que se instauran en el mercado de trabajo y el mercado matrimonial. ¿Por qué llama Bourdieu “violencia amortiguada” a este paisaje de sometimiento? ¿Por qué es una “sumisión paradójica”? Para Bourdieu el cuerpo-hembra está sometido mediante una serie de mecanismos de control para adquirir las disposiciones que le den un determinado valor dentro del orden social, en este sentido habla de violencia, en cuanto sometimiento, y de sumisión en cuanto obediencia y anulación de la capacidad subversiva, pero ¿por qué amortiguada y paradójica? Para Bourdieu, la adquisición de estas disposiciones pasa inadvertida por los sujetos, que se van a acoplar con total naturalidad al orden social, aunque este acoplamiento conlleve una desventaja. Pero esta desventaja sólo es tal, por un deslizamiento del paisaje, es decir, vista desde otro mundo. Si no hay este deslizamiento la permanencia en el habitus, la repetición del orden de lo mismo se eterniza. Sin embargo, los cambios de las condiciones y de los modos obligan a la modificación de las propias disposiciones. Así podemos entender lo femenino como una disposición que fue necesaria para la supervivencia dentro del paisaje del capitalismo y la familia, pero que empieza a acoplarse con dificultad dentro de los nuevos horizontes eróticos y el surgimiento de los nuevos cuerpos híbridos, y de la atomización de los sujetos en la economía tardocapitalista.

La perspectiva y los afectos que suscitan en nosotros determinadas representaciones de lo femenino están mediadas, incluso nuestro deseo está dirigido por las representaciones, en este caso, de la industria pornográfica que tenemos de lo femenino. Nuestros usos, posturas, gestos y movimientos están condicionados por estos objetos culturales. Y estos objetos culturales están producidos por aquellos y para aquellos que tienen los medios de producción económicos a gran escala. Se ha desarrollado toda una mitología acerca de lo que significa ser mujer, de sus rituales y objetos propios, del lenguaje femenino, de los sentimientos adecuados, de la condición de amada y la obligación de amar. El mercado matrimonial y el mercado laboral. La cosmética, los movimientos, gestos, la feminidad entendida como representación de lo innato al cuerpo de la mujer, de lo esencial a las mujeres, la coquetería, los modos, la manera de hablar (ausencia de palabras mal sonantes, sin referencias explícitas al sexo o al dinero, etc.) son sólo estrategias que dan valor simbólico a las mujeres en su búsqueda de un posicionamiento en el orden social. Bourdieu define el valor de los simbólico como todo aquello que está orientado al aumento del reconocimiento dentro del orden social. Todos estos artefactos, rituales, procesos, cuidados, etc. están orientados al aumento del valor simbólico y, por tanto, a la búsqueda de reconocimiento. La instituciones educativas y la familia, primordialmente, pero también otra suerte de instituciones más difusas o dispersas, como la moda o los medios de comunicación (revistas para mujeres, televisión etc.) están conformando de una manera sutil e invisible las disposiciones de las mujeres y su habitus. Esto no quiere decir que sea para todas igual, en este sentido, la clase (obrera, profesiones liberales, funcionarios, altos cargos administrativos, etc. ) conforma a sus hijas para perpetuar o mejorar dentro de la escala social (Bourdieu, 2000). Así, las mujeres de clase social con un poder adquisitivo bajo encuentran más difícil encontrar un lugar dentro del orden social que no pase por el mercado matrimonial. Es decir, el matrimonio les ofrece una justificación y un estar-en-el-mundo, como esposas o madres, y, sobre todo, un modo de supervivencia. ¿Por qué se da esta situación y por qué es tan difícil subvertir y trasvasar sujetos, romper la verticalidad? ¿Por qué es tan complicado romper con la condición de lo femenino? Para Bourdieu, las instituciones y la familia están actuando de tal modo que condicionan la orientación de las mujeres en su vocación profesional y su disposición al matrimonio y la maternidad. Las instituciones educativas están funcionando como filtro y distribución profesional de los cuerpos. También la endogamia de clase, la incompatibilidad de gustos afectos, deseos y expectativas, que son dispositivos que anulan o disminuyen la posibilidad del acoplamiento entre estratos diferentes. Las familias que invierten en la educación de las hijas encontramos la estrategia de la educación no sólo para mejorar o mantener el status social de la familia de procedencia, sino para encontrar un par en relación con la proveniencia social dentro del mercado matrimonial (Bourdieu, 2000). Así puede entenderse el acceso de la mujer a la educación superior, como preparación de mujeres más o menos cultas que estuvieran a la altura y tuvieran un valor específico en el mercado matrimonial de los hombres de las clases dominantes (ingenieros, altos funcionarios, industriales, etc), pero también se puede entender que la educación sea una disposición sin rédito efectivo en las clases bajas. Segregación en la educación por áreas es una, entre otras muchas, de las consecuencias. Las mujeres que adquieran cierto nivel en su educación tienen más posibilidades de casarse con hombres en los que se proyecten socialmente a cierto nivel, pero, estas mismas mujeres tienen menos posibilidades de éxito dentro del mercado laboral. A misma titulación no igual rédito. Las titulaciones universitarias sirven como un galón o insignia -socialmente tienen el mismo valor titulación-medalla- y su distribución y valoración social funciona de la misma manera: como una distinción que se puede proyectar socialmente sin que necesariamente vaya a tener un conato en el plano profesional ni asegurar ningún tipo de puesto de trabajo, especialmente para las mujeres, o para los hombres que pertenecen a clases inferiores, pero que carecen de contactos o de capital simbólico que les permita rentabilizar, en un sentido amplio, su titulación. La naturalización de la reproducción obligatoria y la diferenciación de sexos biológica funcionan como principios de ordenación de la sociedad tal y como se la entiende y, además, justifican y naturalizan una relación asimétrica. El mito de la mujer y lo femenino están funcionando como un relato naturalizador de una situación histórica que se da en unas condiciones específicas.

El orden social se eterniza y continua en su ser por la permanencia de los principios de estructuración, pero también por las instituciones que son cómplices de la eternización de lo dado, porque, inconscientemente o no, están favoreciendo la reproducción del orden social, pero también toda un repertorio de símbolos, mitos e imágenes que están conformando nuestros cuerpos, deseos y placeres. La desigualdad y opresión se dan a diferentes niveles, escalas y espacios. La diferencia entre varones y mujeres, es que éstas, además de estar oprimidas explotadas e infravaloradas en el mercado laboral, son objeto de apropiación e intercambio con el mercado matrimonial. La liberación sexual no es más que una consecuencia de que las familias delegan a las relaciones dentro de las instituciones educativas su papel como mediadoras en el intercambio matrimonial, con la confianza de que sus hijas encuentren el marido -símbolo de la estabilidad y prosperidad- dentro del entorno. Aún así, la honorabilidad y el valor simbólico de una mujer sigue basándose en cierta medida en la negación hasta el último momento del acto sexual. En el mercado matrimonial una mujer que haya tenido numerosos encuentros sexuales va perdiendo valor simbólico, hasta el caso extremo de las representaciones que se dan de la puta, que ha practicado tantos actos sexuales que su negación a tener relaciones sexuales no tiene ningún valor y el intercambio tiene un valor-precio. Además se la comprende como abierta y disponible al intercambio sexual siempre.

Los dominantes -aunque no está claro quiénes son, se tiene más claro quién no goza de poder- también están alienados, tienen sus propios mitos, sus encerronas y limites para pensar más allá de las constricciones de las instituciones y de las imágenes que tienen de sí y de lo demás. Hay un conflicto de intereses constante, y hay favorecidos de ciertas prácticas con medios y poderes para hacer que esas prácticas se perpetúen. Toda acción es racional, en el sentido de que va a seguir una lógica para la acumulación de capital: ya sea simbólico o económico. Por tanto, hombres y mujeres biológicos de carne y hueso van a estar socialmente condicionados para repetir aquellas estrategias que han sido beneficiosas en la acumulación de capital. Estas estrategias de acumulación de capital de un tipo u otro son también históricas. Por ejemplo, las sociedades androcéntricas de honor y vergüenza, la castidad de las mujeres, el mantenimiento de las zonas sagradas del cuerpo cubiertas, o el celibato o el casamiento tardío de los hijos que no sean primogénitos van a ser prácticas tácticas para el aumento o no disminución del capital simbólico (Bourdieu, 2000). Con diferentes rituales y ceremonias, prácticas, juegos, espacios reservados, que van conformando a sus individuos y situándolos dentro del orden-espacio social mediante restricciones y sanciones pero también premiando ciertas conductas. La economía de los bienes simbólicos esta concebida para aumentar el capital simbólico (como el honor en las sociedades androcéntricas). Para que haya un capital tiene que haber todo un trabajo social, con sus agentes, que estén en sus usos y prácticas otorgando valor. El valor de lo simbólico no se da por sí mismo, sino que requiere de este trabajo de los agentes consciente e inconsciente. Hay una total arbitrariedad del valor de lo simbólico, se encuentran en diferentes sociedades y culturas ejemplos de una cosa y su contraria, su valor es relativo. Lo que hay que entender es qué hace a los sujetos actuar y pensar de una manera, qué estrategias, operaciones y tácticas, están funcionando para, por ejemplo, perpetuar las relaciones de dominación que van contra los propios individuos o agentes que con sus usos y costumbres perpetúan su propia dominación. Y en el caso de la mujer lo encontramos en el valor que se le dan a ciertas disposiciones en los dos mercados en los que las mujeres - también los hombres- se juegan su posicionamiento y proyección dentro del orden social.

En este sentido podemos entender la performatividad de la feminidad, o lo que se vincula a lo femenino desde una perspectiva histórica situada, no como una decisión individual o una disposición natural, sino como disposiciones aprendidas en un paisaje determinado que dan resultados positivos y aumentan el capital de aquellas/os que lo performan. Todo el conjunto de disposiciones que son aprendidas y que están limitadas en gran medida por las posibilidades económicas socio-históricas van a determinar los comportamiento, gestos o gustos posibles. El uso de estas disposiciones o, más bien, que esas disposiciones y no otras sean las que permiten a las mujeres darse valor simbólico y económico e integrarse en el ser social, son una manifestación de la relación de asimetría y dominación. Porque las disposiciones son el conato de un habitus adquirido dentro de las propias estructuras de dominación que las eternizan presentándolas como naturales y que impiden sistemáticamente la adquisición de disposiciones que permiten un mayor grado de autonomía.

Las disposiciones se adquieren a lo largo de las vidas individuales en los entornos, que estás disposiciones sean adquiridas y requieran un aprendizaje -performativo- nos obliga a preguntarnos sobre su naturalidad. Sin embargo, podemos explicar esta naturalización de las disposiciones arguyendo que los entornos en los que estás disposiciones son posibles están marcados por una perspectiva estructural y estructurante de ver el mundo y que son esas y no otras, porque el entorno está desarrollado de manera que los principios que lo vertebran no pueden ser entendidos de otro modo. Pero hay desacoplamientos, desclasamientos, hay mutaciones, hibridaje y actos fallidos.

Las mujeres entendidas como un grupo natural es, por ejemplo, desmentido por las lesbianas. El interés que suscitan las lesbianas desde el punto de vista teórico es que con sus prácticas sexuales, actos y modos de vida, revelan que el grupo ha sido constituido de manera social. Para las lesbianas está claro como “ser mujer” es algo social y opresivo, como la idea de lo que tiene que ser una mujer y todos los mecanismos sociales para modelación de las mujeres que empiezan en la familia desde el mismo nacimiento son, al contrario de lo que se presenta, contra natura. En la lesbiana está claro como la idea de mujer, las diferentes técnicas, ritos y modelaciones del cuerpo están trabajando efectivamente para que las mujeres sean signos visibles, “la mujer” a ojos de los hombres y de ellas mismas, para con las demás y para sí. Así mismo, no hay un grupo de identificación de lo lésbico. Hay una construcción histórica de lo lesbiano, entendido como adjetivo, como cuerpo que siente atracción por su mismidad. Y es esta circunstancia, la de la mismidad, que objetiva una tipología corporal y un deseo sexual, dejando al margen de lo lesbiano a entidades, sexualidades y cuerpos que ya aún fuera de lo normativo quedan desclasados. Lo lésbico irrumpe en el primer momentum, del que hablaba en la introducción, abre posibilidades a un nuevo erotismo y cuestiona la propia necesidad del género.

II. El hábito no hace al monje: el problema de la mascarada en Judith Butler.


«[...]el problema de la sujeción, entendida ésta, paradójicamente, no sólo como la subordinación del sujeto a una norma, sino como la constitución del sujeto precisamente a través de la subordinación.» Jubith Butler- Mecanismos psíquicos de poder


Unos de los puntos más controvertidos y propios de la teoría de Judith Butler es la de la performatividad del género. Adquirir unas disposiciones o habilidades sean de la índole que sean requiere la encarnación de tales disposiciones, no se trata tan sólo del aprendizaje de unas normas y reglas de actuación, sino que el cuerpo las adopta mediante la ritualización repetitiva y las encarna. Butler utiliza el juego de palabras que permite el inglés -act y enact- para hablar del acto pero también del momento institutivo y fundamentador de acto mismo. El género se actúa mediante la puesta en escena de las disposiciones que le son propios, pero también el sujeto se vuelve sujeto y agente a través del acto y, además, se da una identidad para sí y para los demás. Por ejemplo, en el drag queen en su performance del género femenino se revela la espectacularidad de lo femenino y su falsedad. La imitación, el acercamiento, desvela el carácter relativo y adquirido de este. En una actuación casi siempre paródica y exagerada, lo que se descubre es su no naturalización, la necesidad de adquirir las disposiciones y habilidades que lo hacen visible e identificable. Somos capaces de reconocerlo como femenino y, sin embargo, se perfila su propio límite como tal.

« [...]existe un sujeto que se encuentra con una serie de habilidades que debe aprender y las aprende o deja de hacerlo, y sólo entonces puede decirse si las ha dominado o no. Dominar una serie de habilidades no es simplemente aceptarlas, sino reproducirlas en y como parte de la propia actividad. No es simplemente actuar de acuerdo con una serie de reglas, sino encarnarlas en el curso de la acción y reproducirlas en rituales de acción encarnados» (Butler, 2001: 133)

El sujeto se forma siempre en resistencia contra su propia formación, y es esta resistencia la que es la que da lugar a diferentes tropos y giros del repertorio. Hay muchos tipos de resistencia, entre éstos una resistencia a la normalización. Es decír, al cumplimiento de las expectativas de lo normal estandarizado, a que en el cuerpo se realice la utopía de la normalidad. No hay un dentro/afuera de la corporalidad, el cuerpo no es el límite físico que posibilita un adentro fuera de control, un alma, la posibilidad de una libertad dentro de los medios disciplinarios y la coarción. El adiestramiento de los cuerpos se lleva a cabo por un ideal moral regulativo de la idea de alma o mente. El cuerpo en formación y adquisición de las habilidades sociales está sometido a la disciplina para su socialización. Estos mecanismos se contraponen contra el cuerpo mismo y lo disocian. Y de esta disociación surge la percepción del interior/exterior, del alma/cuerpo. Son mecanismos de control -adiestramiento- que desprecian el propio cuerpo, llevándolo hasta su extenuación, deformación, enfermedad o aniquilación en los medios de producción y reproducción del orden de lo dado. Hasta dónde aguante este cuerpo en resistencia. El sujeto siempre es en formación, nunca está acabado y completo, y además esta asimilación siempre será fallida, porque los ideales exigen más de lo que el cuerpo puede dar de sí.

En los casos de disforia de género, en los que en algunos casos se lleva a la total transformación del cuerpo mediante cirugía u otras técnicas disponibles, la dicotomía entre cuerpo y mente está siempre presente. Son sujetos disociados como consecuencia de los mecanismos disociativos de poder. En las disforias de género aparece una ansiedad fuerte, normalmente dirigida hacia una parte del cuerpo, que representa un género con el que el individuo no se identifica. Esta parte del cuerpo se ha convertido en un signo social que obliga al reconocimiento en él de todo una simbología de género. Esta ansiedad es tan fuerte que lleva al sujeto hasta el deseo de la propia mutilación (histerectomia, masectomía) en función de una idea de lo que un cuerpo, sea masculino o femenino, tendría que ser. No se trabaja sobre la base social de la patología, es decir, sobre aquellos mecanismos que disocian mente-cuerpo, resulta más fácil la total transformación de los cuerpos mediante cirugía o farmacología. Es más fácil asimilar los cuerpos al mercado de transformación sobre la base de la libertad, que romper con la ideología que los disocia. Pero a parte de esto, hay que entender que lo que se quiere mutilar o hacer desaparecer es el signo.


El sujeto se forma no por un poder externo que lo somete, si no en su identificación con una categoría con la que se identifica. Y ésta está formulada discursivamente, es decir, a través de los discursos que la objetivizan. De esta identidad del sujeto surge el sujeto en sí mismo como tal, siempre en proceso e incompleto. Así es, el habitus, la repetición constante de los actos, gestos, y rituales lo que hacen a una sociedad evidente para sí misma y necesaria. La repetición incesante de estos gestos confirman el dominio de la ejecución de tales gestos. Los rituales de paso, gestos, gustos y sensibilidades repetidos hacen al sujeto evidente para sí mismo y lo integran en el cómputo de lo social. Este habitus genera las disposiciones con las que el sujeto, que precisamente se ha hecho sujeto a través de la adquisición y dominio de estas disposiciones, se orienta. El comportamiento natural del sujeto se deriva de las creencias y las disposiciones adquiridas, se puede trazar una línea consecuente: su comportamiento es una consecuencia lógica dentro del sistema disposicional del que se ha dotado dentro de un entorno. Sin embargo, y contra Butler, habría que señalar que la construcción del orden simbólico, que es lo que otorga sentido a los signos y representaciones de género, no se puede explicar desde la teoría de la performatividad. Los esquemas de percepción y gusto no se pueden explicar tampoco desde las categorías sexuales.

Para Butler, la adquisición no es una cuestión de voluntad o de imposición, es una derivación que surge de los rituales y su repetición hasta convertirlos en un hábito. Es la repetición ritual la que crea el habitus y la creencia. Las amenazas a la heterosexualidad, ponen en peligro la necesidad de una identidad de género misma. Por que es la imposición de la heterosexualidad la que obliga a los cuerpos a identificarse con un género. Sin esta matriz, no serían necesarias las identificaciones de género. La heterosexualiad se impone, según Freud, para evitar la homosexualidad, en primera instancia, y para evitar el incesto, en segunda. Las formas culturales de ansiedad de género, disforias de género, se dan dentro de esta matriz heterosexista, de otro modo, no habría tal ansiedad. Monstruosidades culturales: deseo homosexual prohibido deriva en una autoinculpación por no ser lo que se debe, por no ser mujer pero tampoco hombre, o en el caso de un hombre, no ser visto como un hombre, ser considerado femenino. La máscara no es algo que uno se pueda quitar o poner o performar. La máscara es la propia carne que ha ido cogiendo la forma que la máscara tiene. Pero es performativa en tanto requiere de ese act y enact del que habla Butler, la máscara tiene que estas en acción y además funda la socialidad del sujeto y lo mantiene, aunque parezca que incluso en este proceso de socialización vaya contra si mismo, le proporciona un anclaje.

«Al ser llamado/a por un nombre injurioso, recibo el ser social, y como tengo cierta vinculación inevitable a mi existencia, como existe un cierto narcisismo que se aterra a cualquier término que confiera existencia, ello me lleva a abrazar los términos que me injurian porque me constituyen socialmente» (Butler, 2001:118)

«[...] esta adhesión paradójica a los apelativos injuriosos. Existe una paradoja adicional, y es que sólo ocupando —siendo ocupado/a por— el apelativo injurioso podré resistirme y oponerme a él, transformando el poder que me constituye en el poder al que me opongo.» (Butler, 2001: 118)

«la conciencia es una ficción no quiere decir que sea arbitraria o prescindible; por el contrario, es una ficción necesaria, sin la cual no puede existir el sujeto gramatical y fenomenológico » (Butler, 2001: 80)

La imposición de un nombre, el adiestramiento de gestos y movimientos, la modulación de la voz, la prohibición del grito, el respeto de los tiempos de silencio son disciplinas y formas de cercamiento del cuerpo, que lo estrechan y lo regulan en función de una economía. No sólo se regula el género de los cuerpos y se encauza su deseo hacia un objeto heterosexual, sino que se regulan los comportamientos en una escala social mayor, sin embargo, la adquisición de este género está en la base de la economía social. Que a un cuerpo se le asigne un género, ya sea el que se nos aparece como natural ya sea el transformado -aunque ambos son transformados- es necesario para el mantenimiento del orden. Este es el peligro de la normalización -a la que el sistema tiende constantemente- y neutralización de la potencia política subversiva que estos cuerpos re-presentan. Todos los cuerpos ofrecen esta resistencia a su formación disciplinaria en tanto cuerpos, pero sólo algunos canalizan a través de esa resistencia un potencial político subversivo, porque cuestionan la matriz que precisamente los ha formado. Estas resistencia canalizadas se pueden dar de diversas maneras y expresarse en diferentes espacios y niveles. El cuerpo en sí mismo es también visto como un lugar no dado de antemano. Las formas de protesta, de contestación, de rebelión, de incomodidad, disconformidad, son un manifiesto negativo de las fuerzas y poderes que están operando en la vida cotidiana. En las instituciones en las que la formación disciplinaria del sujeto es más flagrante, es en las que se encuentra también un mayor potencial revolucionario -la fábrica, la empresa, cárcel, colegios- porque la marca de la las tecnologías de dominación e ingeniería social están en la carne de los sujetos que se conforman en esa relación de dominación.

«[No] existe un único lugar de gran Rechazo, ningún alma de la rebeldía, origen de todas las rebeliones o pura ley de lo revolucionario. En su lugar existe una pluralidad de resistencias, cada una de las cuales constituye un caso particular: resistencias que son posibles, necesarias, improbables; otras que son espontáneas, salvajes, solitarias, concertadas, desenfrenadas o violentas; aun otras que están prestas a hacer concesiones, son interesadas o sacrificiales; por definición, sólo pueden existir dentro del campo estratégico de las relaciones de poder. Pero esto no quiere decir que sean sólo una reacción o un rechazo, que representen con respecto a la dominación básica sólo un envés en última instancia siempre pasivo, condenado a la derrota perpetua» Michel Foucault Historia de la sexualidad vol I


“La mujer”, la femme fatale, es la encarnación de una fantasía masculina. La mujer femenina es un síntoma de las fantasías de los hombres. Las mujeres performan “la mujer” como una estrategia social y económica fundamentalmente, como una manera de moverse y sacar partido por y de lo social, supone en el fondo darse valor simbólico. Si los hombres dominan las formas de producción y capital y hay una obligación en la creación de una familia y la reproducción, la única manera de darse valor simbólico y social es repitiendo las formas consabidas de lo femenino. Estas son esencialmente la maternidad y la encarnación de la fantasía erótica masculina. Así, por ejemplo, Pierre Bourdieu encuentra en la felatio y el cunnilingus prácticas que desde el punto de vista estructural deberían de entenderse de manera simétrica, una completa significación diferente. En los varones se encuentra –palpable, en deseo y placer-, sin embargo, la fantasía de una relación de dominación. El falso orgasmo femenino es otra muestra de como las mujeres fingen placer para darles a los varones el placer de creer que dan placer (la performance de lo masculino termina-culmina-se completa en lo femenino, a través del fingimiento la mujer reconoce la masculinidad y la comunica). El fingimiento del placer-orgasmo (el orgasmo femenino no siempre existe ni se representa como tal en la pornografía o en otros medios) responde a una tradición, a una educación sexual en lo femenino, que supera incluso las expectativas de la pareja particular y entronca con una tradición. La performatividad, los gestos o movimientos, están aprehendidos dentro de una matriz simbólica enorme. El tabú del ano en los hombres, que no tiene que ver con su incapacidad para sentir placer, sino por la asociación a la «feminización» y humillación que esto conlleva. En el sexo entre homosexuales varones la permanencia de la estructura de dominación es obvia, siendo el penetrado el considerado más afeminado o femenil: perpetuación de la estructura activo/pasivo referido al acto de penetración, así encontramos en sociedades androcéntricas, en los relatos homosexuales, el hombre que pierde su virilidad u hombría en el acto sexual es aquel que se deja penetrar y, por tanto, reducir, mientras el macho es aquel que penetra ya sea a varón o a hembra.

En el caso del género la hipermasculinidad o la espectacularidad de lo femenino son el signo de la hipóstasis del género. En performar el género, según Butler, es algo en lo que afortunadamente todo el mundo falla. Ningún cuerpo es capaz de ser tan femenino ni masculino como su idealización. Lo que manifiesta que hay toda una suerte de técnicas de transformación del propio cuerpo y del cuidado de sí y, que sean necesarias para identificar algo como masculino o femenino, delata la artificialidad y, a su vez, abre la posibilidad de aplicarlas a cuerpos a los que se les han restringido estas técnicas. En este sentido se podría afirmar que la mujer femenina es equivalente a un trasgender, en el sentido de que no se les niegan los medios y técnicas de transformación del cuerpo hacia la feminidad que, sin embargo, si podrían ser negados, por una cuestión de clase o de cultura, a otros cuerpos reproductores. La hipermasculinización del cuerpo marica se entendería como una hispóstasis de lo masculino idealizado. La lesbiana masculina es una performatividad, más que de lo masculino, del rechazo de lo femenino. No hay más diferencia que el reconocimiento y respaldo social de una acción y otra que en esencia son idénticas. La feminidad y la masculinidad son siempre un ideal.

Esta utopía del género, está sujetando-sometiendo -assujetissement- a los sujetos a una forma concreta, dándoles corporalidad, encauzando su deseo y colocándolos dentro del entramado social. Sin embargo, en estos cuerpos en resistencia ¿qué hay de políticamente subversivo? ¿Por qué resultan tan molestas estás monstruosidades?
«Consideremos las inversiones de «mujer» y «mujer», según la escenificación y el estilo de su interpretación, de «marica» y «marica», según su modalidad sea patologizante o contestataria. Ambos ejemplos se refieren, no a una oposición entre usos reaccionarios y progresistas, sino, más bien, a un uso progresista que necesita y repite el uso reaccionario con el fin de llevar a cabo una reterritorialización subversiva.» (Butler, 2001: 113)

El surgimiento de la transformación del cuerpo hasta sus propios límites surge por un sentimiento necesario de inquietud. Estos cuerpos en su transformación reivindican la necesidad de la re-apropiación del cuerpo propio y su empoderamiento como agente social, desvinculado de la conciencia del individuo. Es decir, reivindican dejar de estar desacoplados y reconocer la monstruosidad como un efecto o producto de la misma matriz normalizadora. Entender la disociación mente-cuerpo es fundamental para entender la necesidad de encajar dentro de la categoría. El sentimiento de lo abyecto en el propio cuerpo ya sea clasificado, erotizado, transformado en fuerza bruta de trabajo, surge en el momento en el que la conciencia del propio cuerpo como algo vulnerable, precario, insuficiente, despreciable. Esta concienciación de lo propio como ajeno, como diferente del uno mismo genera una ansiedad que lo vuelve contra sí mismo. Y es esta ansiedad precisamente la que va a posibilitar la transformación del repertorio de géneros sexuales con los que nos identificamos. Para quien no padece la ansiedad la necesidad de la transformación o de la misma indagación aparece como como superficial e innecesaria. Pero para aquellos que encarnan y viven esta disociación, la necesidad de transformación es perentoria. Los mecanismos y técnicas de transformación del cuerpo están ya presentes, en las sociedades quirúrgicas y medicalizadas, la reivindicación consiste en utilizar estas prácticas para dar lugar a cuerpos no normativos. Pero surge la siguiente cuestión, ¿no sería más fácil intentar evitar la disociación que intervenir el propio cuerpo con técnicas tan agresivas como una masectomía? ¿por qué desde la matriz heterosexista resulta más aceptable la transformación total del cuerpo que la aceptación de un erotismo -nuevos objetos de placer, deseos y orientaciones- diferente? Esta imposibilidad – que sea más fácil acabar con esa ansiedad, con una potencia subversiva tremenda, asimilándola al mercado farmacológico- entronca directamente con la imposición de una economía capitalista de los cuerpos que los somete a una serie de intervenciones y mecanismos para que se acoplen con el modelo productivo-reproductivo. La cuestión del género no es sólo, subjetiva, en el sentido de la construcción de toda una narratividad en torno a la inconformidad, la libertad de escoger lo que eres, de no estar a gusto con el cuerpo propio y querer modificarlo, de no asunción del rol que te toca. Todos estos relatos son muy importantes, no sólo en tanto vividos, sino en cuanto manifestación del entorno en el que se dan y que los hace posibles. Pero a su vez, la preocupación por la cuestión del género tiene un componente objetivo que es desvelar la propia economía de los cuerpos y sus métodos de control. Una vez descubiertos que estos mecanismos están ahí y que están modulando nuestras acciones, deseos y gustos, la cuestión es si es posible su neutralización y desaparición o si no es posible que haya un sujeto si no es a través de este proceso de formación del sujeto. Para Butler, la pregunta es si el sujeto puede llegar a ser tal, si no es a través de esta relación de sometimiento.
Performance puede entenderse en dos sentidos: como realización del repertorio o como arte de experimentar lo posible. Este segundo sentido estará siempre subordinado a las condiciones del repertorio mismo, pero un sentido abierto no condenado a repetirse eternamente. De ahí el carácter único del evento, de la performance en sí. Y en este sentido la realización de lo posible, para convertirlo en nuevo repertorio, estará condicionado por lo necesario y consabido. Rastreando la genealogía de los nuevos cuerpos humanos encontramos las trazas de aquello que lo posibilitan y de ahí el peligro de la neutralización y normalización de su carácter políticamente subversivo. El género -o la necesidad de asignación- surge del repudio de lo homosexual. La heterosexualidad masculina se forma rechazando lo femenino, como señala Butler, el hombre heterosexual desea a aquella mujer en la que nunca se querría convertir. Los signos con los que juega la asignación de género funcionan para dar cuerpo a la ilusión de que uno es algo. Si fuera posible desactivar la necesidad de una heterosexualidad obligatoria, tanto la necesidad de asignación de género como el estrechamiento y cercamiento de lo homosexual no serían necesarios. Y digo cercamiento, porque lo homosexual sólo es por la necesidad de establecer lo heterosexual como matriz, el mapa de la homosexualidad y de sus identidades es relativamente reciente, aunque las prácticas y usos homoeróticos se han recogido desde antes de la necesidad de crear identidades sexuales. Aceptar esto facilita una posible explicación a las formas y signos con los que se manifiestan algunas de las monstrusiodades a las que da lugar la matriz heterocéntrica y que trataré en el siguiente apartado: la butch, la trasgender (female to male) o los híbridos, hermafroditas e intersex.



IV. La masculinidad femenina: representaciones masculinas en cuerpos XX.

« el género no se «expresa» mediante acciones, gestos o habla, sino que la interpretación ¡performance] del género produce la ilusión retroactiva de que existe un núcleo interno de género. Es decir, la interpretación del género produce retroactivamente el efecto de una esencia o disposición femenina verdadera o perdurable» Judith Butler – Mecanismos psíquicos de poder

«[...]el monstruo aparece en este espacio como un fenómeno a la vez extremo y extremadamente raro. Es el límite, el punto de derrumbe de la ley y, al mismo tiempo, la excepción que sólo se encuentra, precisamente, en casos extremos. Digamos que el monstruo es lo que combina lo imposible y lo prohibido.» Michel Foucault- Los anormales


En este apartado voy a tratar cuerpos que resisten a ser normativos, cuerpos que se niegan ya sea por razones biológicas o de socialización a la categorización heteronormativa. Todos los cuerpos en tanto cuerpos ofrecen una resistencia, pero sólo algunos cuerpos canalizan la energía de forma subversiva y políticamente transformadora. En el primer capítulo, he tratado lo femenino como una disposición con la que las mujeres aumentan su valor a través del uso, internalización y transformación del cuerpo en el juego del orden de los símbolos: limpieza de cualquier signo que pueda significarse o aparecer como masculino, desarrollo de una afectividad -no violencia, empatía, contención de la pulsión sexual- y a la asimilación de la maternidad como algo que le es propio y constitutivo. En el segundo apartado, como la matriz heterosexista regula el deseo y el erotismo de los cuerpos negando la posibilidad de lo homosexual y de los esfuerzos de los cuerpos por encontrar una identidad a su pesar. En este tercer apartado, intentaré encontrar en el cuerpo no normativo un dispositivo subversivo que permita el cambio del repertorio erótico.

La existencia de estos otros cuerpos no normativos -camioneras, butches, travestis, transgénero, transexual, andróginas, intersex, hermafroditas- descubren, niegan y relativizan los mecanismos de sexualización del cuerpo y su categorización. Es decir, estos cuerpos-deseantes, que surgen de la misma matriz que los margina, los niega y los esconde, revelan de una manera más evidente -por fallido, aunque presente- el trabajo de control, adiestramiento y orientación del deseo. El descubrimiento de que hay unos mecanismos que están funcionando para distribuir los cuerpos en diferentes géneros, ha llevado a los agentes a utilizar los mismos mecanismos presentes en la transformación normalizadora del género para la formación de nuevos cuerpos no normativos. ¿Es posible desactivar el interruptor de la administración categórica de los cuerpos sin afectar a la formación del sujeto en tanto sujeto?

La necesidad de buscar una identidad sexual o de género es una necesidad reciente que surge en el ámbito de la medicina y la psicología. Y surge a principios del s.XX como efecto de la necesidad de categorizar y patologizar a ciertos individuos «peligrosos» (Foucault, 2007) y, más tarde, a partir de los años 70, para normalizarlos, es decir, asimilarlos dentro del orden de prácticas y relaciones que ofrece el repertorio normativo. En el s.XIX hay múltiples relatos sobre prácticas sexuales -tribadismo, sodomía- y modos de relación no normativas -mujeres marido, andróginas, las «amigas»- sin la necesidad de una identidad sexual fija. La necesidad de adscribirse a una identidad es una forma de cercamiento de las prácticas homoeróticas. Es una manera de limitar lo normal y lo anormal. Este cercamiento de las prácticas sexuales no normativas y la creación de identidades sexuales, tiene como consecuencia dotar al sujeto de un entramado subjetivo psicológico acerca de sí mismo, es decir, una explicación sobre el desarrollo evolutivo sexual-afectivo. Ponerle en su lugar, acotarlo, explicarlo e incorporarlo al conjunto del saber. La práctica ya no es una experiencia sensorial transitoria, la práctica te hace, permite identificarte y reconocerte. No se permite el tránsito, el viaje, la experiencia erótica, el placer: hay todo un entramado de identificación y substancialización. Este entramado se conforma por oposición. Es la identidad la que escribe la ficción subjetiva. Aunque lo monstruoso, lo grotesco, lo abyecto, lo freak, lo anormal, representen el límite y lo prohibido (Foucault, 2007), son, sin embargo, una extensión del modelo mismo de normalización. Son sus formas límites desplegadas, son la encarnación de las desviaciones del modelo, de sus múltiples posibilidades. En este sentido, estos cuerpos no normativos no son subversivos en sí mimos, son el despliegue de las múltiples formas en las que se da la matriz heteronormativa y el capitalismo en una sociedad medicamentalizada y disociante. Entonces, ¿qué tienen de subversivo? ¿qué modos de resistencia y transformación ofrecen estos cuerpos vivos? Las posibilidades de resistir y de pulsar botones para cambiar el orden de las cosas son múltiples y se pueden dar de infinitas maneras, por lo que no es posible hacer una enumeración o una tipología de las resistencias canalizadas políticamente que los cuerpos no-normativos ofrecen. Sin embargo, voy a intentar apuntar diferentes líneas de resistencia desde las que se pueden cuestionar la imposición y contribuir a la transformación del repertorio erótico-sexual.

La masculinidad performada en un cuerpo que no sea biológicamente macho revela la paradoja del género, su artificio. La exageración de los modos, los gestos y los movimientos. Es el paroxismo de lo real en su forma más artificiosa, que revela la imposibilidad de lo real mismo. La masculinidad, representada de múltiples maneras -el héroe, el rebelde, el buen tipo, el padre de familia, el sportman, el hombre hecho a sí mismo- se presenta frente a la masculinidad de la bollera -butch, camionera, tortillera- como el núcleo duro de lo real, como algo necesario que reacciona frente a una imitación fallida. Fallida en tanto no hay un pene, puede haber toda una ortopedia -dildos, straps, arnés-, pero se niega la insignia, el empoderamiento. Lo demás es todo un simulacro de lo masculino. En este sentido son una transgresión de la ley de exclusividad. La presencia de la bollera niega que la masculinidad sea exclusiva de los hombres. Es un contra cercamiento, es ganar un espacio y reivindicar las prácticas, profesiones y modos en las que los hombres se despliegan. Es reivindicar un territorio vedado. También es negar que lo femenino sea la condición de todas las mujeres. Las representaciones con las que identificamos y reconocemos a la bollera son complementarias de aquellas con las que reconocemos a los hombres. Lo masculino se ha entendido casi siempre como algo exclusivo de los hombres. Los estudios sobre masculinidad marginan totalmente la presencia de estas mujeres masculinas. Se identifica hombre con masculinidad. Aquí encuentro dos vías interesantes de emancipación subversivas: la descentralización del falocentrismo -las manos como órganos sexuales, prácticas sexuales no genitales- y la reivindicación de lo masculino, el empoderamiento, como reivindicación de prácticas, espacios, usos y profesiones que se identifican con lo masculino -normalmente relacionadas con el ejercicio físico y la fuerza. En ese sentido, supone una territorialización. Pero no sólo en ese sentido, también en la desexualización y resignificación de lo femenino.

En los cuerpos híbridos hermafroditas está el límite, la frontera, de la normalización y estandarización médica. El acaecimiento del cuerpo que no se puede significar apropiadamente y que resiste a la terminología del discurso institucional médico. Durante los primeros meses de vida la asignación de uno de los sexos, la nominalización, no será por una cuestión médica, sino estética. Y la necesidad de asignación de un sexo es jurídica. Llegando a incluso corregir aquello que desde el estándar no puede explicarse, y tiene que someterse a la intervención clínica por un uso meramente discursivo que se le decide en una connivencia familia-estado. Por consiguiente, revela la institucionalización de la distribución y administración de sexos y la incapacidad de la bipolaridad de géneros para darles cabida. La naturalidad de la distribución se vuelve artificiosa, un aparataje de estado institucionalizador que pone según naces a cada persona en su lugar, lo asigna, lo nombra, lo adscribe a una categorización y a partir de ahí espera un desarrollo evolutivo concreto. El cuerpo híbrido nos revela toda la violencia que la institución médica ofrece para que el cuerpo se amolde a la norma. La naturalización de los dos géneros antitéticos y únicos. La cirugía y la farmacología como destino.

En la última de las figuras habrá una mezcla de las dos primeras en el sentido de que por una parte encontramos la performance del género y por otro el uso de las tecnologías del yo y del cuidado de sí comunes a la transformación del cuerpo «normal». Anteriormente he señalado que esta necesidad tiene la huella de la matriz heterosexista que genera el yo dividido-disociado y las posibilidades que abren el uso de hormonas sintéticas, las ortopedias, órganos sin cuerpo y la cirugía. En las técnicas y mecanismos psíquicos que están funcionando en la realización de los cuerpos de la norma que también resisten y a los que supone un esfuerzo encajar en lo que la categorías sexuales les asignan como natural. La reivindicación, no sólo del cuerpo, sino del uso de toda la farmacopea para un uso diferente al estrictamente médico, encaja con la reivindicación de que el juicio médico no es estrictamente médico, sino que está totalmente determinado por un ideal moral regulativo. Cuestionar el ideal y apropiarse de las técnicas de manipulación para dar lugar a cuerpos transformados. La cuestión es si estos cuerpos que reivindican su hacer-se, en realidad están motivados por la necesidad de parecerse a lo normativo y darse un significado diferente al de la asignación, ¿revela lo contra natura la artificiosidad de la natura apuntando a la naturaleza tecnológica de lo humano? ¿Demuestra el esfuerzo del todo cuerpo por acercarse a la idea mítico simbólica de lo que las cosas son o deben ser? ¿Supone una subversión política para reivindicar el cuerpo y sus usos o es, por el contrario, la creación de una necesidad para un nuevo mercado que alimente la industria médica y farmacológica?

Las representaciones de la masculinidad femenina tienen un doble efecto: por una parte, contribuyen en el plano político a la significación y la reterritorialización de lo anormal y, por otro, en tanto representaciones contribuyen a la formación de una poética del cuerpo. En las representaciones de la masculinidad femenina podemos encontrar distintos niveles de interpretación que cuestionan el repertorio e imaginario en tanto fronterizos. Y este su ser límite contribuyen a significar- re-significar, abrir un diálogo sobre las posibilidades del cuerpo y sus límites.



miércoles, 10 de diciembre de 2014




La otra genealogía supone iniciar una senda de desposesión de lo heredado hacia un nuevo lugarpaisaje en el que otras formas de relación son posibles. Un tránsito entre el abandono de lo que nos sitúa en un espacio-ciudad y el dar cuenta de uno mismo desde fuera. Esta búsqueda de autonomía da comienzo en la conciencia de uno mismo en el espacio en el que se ha dado y el extrañamiento al encontrar en lo propio, en lo que lo constituye, algo impropio. La desterritorialización, esta huida hacia un lugar imaginado, para encontrar-se con una bienvenida al mundo entre las semejantes ritualizada y desprenderse del repertorio moral y político desde el que se llega. La ciudad representa este mundo organizado e instituido por otros que significa a los que la habitan y que los sitúa pero no los acoge. Un paisaje que se impone, ajeno a la corpóreo, sedimentado, pétreo y justificado por una historia de la que no se ha formado parte. La mortificación del ímpetu y el espasmo de la conciencia que sobreviene a ese primer momento de conformidad y reposo nos incitan a iniciar este paso. Estas fugitivas desterradas, las lesbianas de la ciudad, re-crean un espacio alejado, excéntrico, marginal, propio. Forman un nuevo procomún a través de sus prácticas, usos y rituales precarios y antiguos que trasvasan de unas a otras. Un continuo de símbolos representaciones e imágenes singulares que se recogen, atribuyen y transforman para contar su historia y su origen: su propia genealogía. La isla es una utopía, un lugar imaginado y separado, en el que se recogen, se cuidan y se reconocen. Un paisaje que habitan de algún modo y que las hace efectivas.





miércoles, 26 de noviembre de 2014

III.

El cuerpo tendido en su extensión entera. Dándose su forma en las sábanas de forma permanente como una huella sellada en el tiempo, su inverso o su sombra. Así tendida, tan bella y relajada sin percepción alguna del mundo que la contenía, de esa habitación verdiblanca de hospital en las penumbras de una única luz. Las manos posadas, el pelo amontonado a un lado y tibio, la cabeza ladeada inerte. Así la contemplaba durante largo tiempo sin que apenas nada ocurriese. Algunos pasos ajenos y los murmullos de los visitantes en otras habitaciones la acompañaban mientras en silencio le intentaba transmitir la vida al otro lado sin respuesta. Toda ella era exterior, cuerpo, pálpito y respiración. Mi cosa singular le decía, se decía. El afecto que aún sentía por ella la llenaba de la sensación de un recuerdo nostálgico. Parecía que había decidido aquella existencia, que había tendido su vida hacia una vegetalidad inocentemente feliz. Una tan en reposo y la otra, en cambio, tan agitada y melancólica. Movimiento de elongación. Exhalación. Inhalación. Sentía ganas de agitarla, de zarandearla. Despierta, mi cosa singular. Pero no lo hacía. Allí sentada, a su lado con la atención muy fija, tocándole las manos, la mejilla y el pecho que a su tacto reaccionaba contrayéndose ligeramente, como podría haber hecho si el viento la tocara. Se sentaba tardes enteras a su lado. A veces leía mientras oscurecía la tarde ahí fuera, otras simplemente acompañaba aquel cuerpo presente y tan distante. Las tardes de lluvia se acercaba a la ventana del cuarto y, dándole la espalda, contemplaba el agua en la calle y sus salpicaduras en la ventana. El cristal de la ventana estaba siempre frío, lo tocaba con sus manos o con la punta de la nariz, después se acercaba a ella y le transmitía la sensación posando sus yemas sobre el envés de la mano. Ves, cosita, así llueve, así de frío hace ahí fuera. Pensaba que quizá se estuviera olvidando de lo básico.

jueves, 9 de octubre de 2014

Los límites de la analogía

No es difícil ver el agua

                    no es difícil ver gotas
                    y en las gotas cristal
                    y en el cristal estrellas
                    y en las estrellas hielo,

y no es difícil que el hielo
                                           quiebre

                    como el cristal y se dividan
                    sus pedazos en gotas y que
                    esas gotas   sean como
                                            lluvia

y esa lluvia se libere en
                                                infinito

                                                                      sobre St. Paul´s.

                                                



miércoles, 29 de mayo de 2013

Conversaciones con O.


Hormigas aladas. Contra la repisa blanca, quemadas por el foco. El impacto de un peso redondo. Después retorciéndose, afanándose. Y nosotras, que tal vez aquel dolor de cabeza. Que tal vez depresión, exceso de sol, falta de cafeína. A los veinte la pérdida del impulso sexual es un augurio. Parodiar la decadencia. ¿Sientes lo mismo? Una terrible presión en las articulaciones, como si la atmósfera, más densa, empujando el cuerpo, derribándolo.

Derribándolo, ¿no es con b? Y con acento. El corrector marca un tropiezo ortográfico. O. asiente mientras añade nata a la sartén. Mi amor, me parece que hoy no van a ser mis mejores carbonara. Jazz desde el salón. Tabaco de liar espolvoreado sobre la meseta blanca. Nada de cerveza esta noche, por la jaqueca, mejor café. Cuidado con la taza. A riesgo de beberse una hormiga. Podría no ser tan terrible, ya ves. El perro ha vuelto a mearse sobre el suelo de la cocina.

El aceite chisporrotea. El cerebro se adhiere a las paredes del cráneo. Tanto sueño durante el día. La siesta, casi accidental, un desvanecerse vientre contra espalda durante horas. Antes, en otro tiempo, ayer. Nuestro amor nos mantuvo despiertas. No podemos, estar mirando la una para la otra todo el día. O quizás, por qué no, claro que podemos. Eres tan bella, bellísima. Como el dolor, la catástrofe, el azúcar al fuego, apenas derretido, dorándose. Incorpórate sobre el plato, un beso. La cena reclama abandonar la escritura.

O. revisa el texto. No aprueba. Es agridulce y lo agridulce da risa. Beberse una hormiga, qué ocurrencia.

Isonomías. Enfrentarse conjuntamente a la verdad más descarnada. Compartir en el desastre los mismos modos de evasión y evitar el desamparo sin más, en el trascurrir caótico de los días no susceptibles de forma. La superación del uno mismo queda descartada. Tan sólo un vivir cómodamente, sin constreñir las horas en planificaciones imposibles, espartanas. Dejarse llevar por lo fisiológico y anular al pensamiento o reducirlo. A las apetencias más infantiles, primitivas.

Bajo la lengua. Cierto regusto a derrota plantea dos caminos posibles: el absurdo o la nada. O. se pone grave. La nada es grave a veces. En el absurdo todo cabe, un guiño, a la continuidad.
Aquí tenemos esto. En la superficie de las horas lo accesible se dispone como objetos. No acudir a ellos. Señalarlos. Podría ser un viaje, un intercambio de miradas. Podría no ser nada. Vivir en la nada es renuncia. El absurdo es transgredir los planos. Otorgarle importancia a una hormiga que cae. Chamuscada.

El arte como forma de llenar el tiempo excluso. Esa sofocante sensación de hastío, de nada, de vaguedad e intrascendencia. El aburrimiento plantea la cuestión del infinito. Un tempo lento, pesado. El aburrimiento hace que pensemos en la pérdida, que nos sintamos insulsos, mediocres. Una carcajada sonora frente a lo irónico. El aburrimiento plantea otra duda: la del sinsentido. El para qué tanto si después no servirá. La inmovilidad. Sin transformaciones en el espacio. Tiempo que es percibido como mera duración. El pálpito, las espiraciones, los leves movimientos del cuerpo. Marcan un ritmo constante que sin embargo nos agota.

Es posible sentir haberlo dicho todo en un párrafo. Entonces queda eso; abandonar, sobrescribirse. La repetición como otra forma de pobreza. Manifestaciones de lo limitado. Los ronquidos del perro dormido marca el ritmo de la noche. Al anochecer las campanas de la plaza mayor ya no recuerdan el tiempo que corre, perdido.

Dejar constancia de lo terrible nos hace sentir elevados. Elevados, sobre qué. Haber podido expresarlo en lugar de tenderle un camino de hojarasca, el margen que le corresponde en el no recuerdo. La inactividad jamás es línea definida, se transfigura en la memoria.

O. ha tomado la guitarra y toca una pieza se Saint Saens. Sí, recuerda la primera vez, en su cuarto, casi desnuda. Rescató aquella abandonada a un rincón, afinándola, despertándole la voz que nunca había llenado su vientre hueco.

Serenata. La habanera. Carmen. Bizet.

antonio lópez: el universal concreto



La obra de antonio lópez es, en sus múltiples temas y expresiones, un intento íntimo y minucioso de ahondar en lo real. Lo real en las cosas mismas, en su cotidianeidad, en su ser mismo. El anhelo de alcanzar a través de la representación figurativa -en esa parcela de espacio concreto de los paisajes, en los interiores o en la figura humana- en lo real sin más -desnudo, encarnado, quieto- un secreto que está sutilmente presente. Lo que allí se expresa es lo inexplicable. La paradoja primigenia que enfrenta al hombre a su propio existir y a los lugares que ocupa, ese secreto casi milagroso del porqué de la vida y de nuestra existencia. Sin embargo, esta pregunta que es la primera y que surge en el hombre asombrado de si mismo y del mundo, de los objetos que le rodean y acompañan en la rutina, no se queda simplemente en una actitud interrogativa y vacía, sino que antonio la responde con el quehacer de los días y el oficio. Con lo que el hombre-cuerpo humildemente, el hombre de carne y hueso, puede hacer con sus propias manos. Este quehacer con el que ocupa la duración de sus días, es en antonio -y también en los demás, nosotros- una forma de relación con su inmediatez.

La creación es aquí entendida como vía mística de conocimiento, se da una relación de tipo amoroso. antonio aleja el espacio de su vulgar mundaneidad pobretona e insuficiente tomando perspectivas casi aéreas, desde las azoteas como límite humano posible de elevación -el pobre hombre que se aúpa sobre sus hombros, sobre la contingencia y la adversidad- y contempla, desde esta nueva dimensión, la belleza del mundo tal y como es. Sus imágenes tienen el valor de una revelación en dos sentidos diferentes: en primer lugar, en el de desvelar una verdad que las palabras traicionan y que encuentra su medio de expresión en lo artístico y, en segundo, en el de transmitir esta verdad revelada que el autor comparte. Hay algo en sus imágenes que merece ser expresado, algo que merece la dedicación de toda una vida. Son sus obras una epifanía descreída, muda, quieta. No parece haber interés puesto en el tiempo ni en el movimiento. Es, en cambio, la mirada la que adquiere duración: varios años contemplando un espacio concreto a las mismas horas en la misma estación del año, escudriñando ese algo que se desoculta a aquel de la mirada atenta y contemplativa y la mano firme. Un ansia de lo real. Una necesidad profunda de conocer el misterio y de encontrar el fin de la creación en la búsqueda.